Según el capítulo 24 del Evangelio de San Lucas, dos discípulos, uno de los cuales se llama Cleofás y otro cuya identidad no se desvela, apenados y temerosos por la muerte de Cristo que han presenciado, huyen de Jerusalén y llegan hasta Emaús,
donde se disponen a cenar en compañía de un extraño con el que han
hablado por el camino de los recientes sucesos y que les reprocha su
falta de fe. No se percatan de quién es el misterioso viajero hasta que
reconocen su gesto al partir el pan, momento en que el desaparece.[1]
El gesto, para ellos inequívoco, es el que utilizaba Jesucristo, y por
tanto el pan había dejado de ser pan para convertirse en el cuerpo de
Cristo de la eucaristía. Esa y otras exégesis
son las que suelen hacerse en el comentario a este pasaje evangélico,
propio de la liturgia católica del Tercer Domingo de Pascua (durante el
ciclo A) o de las misas vespertinas del Domingo de Pascua de
Resurrección (Ciclos A, B y C).
Y esto sucedió. Mientras
estaba en la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo
partió y se lo dio. y en ese momento se les abrieron los ojos y lo
reconocieron. Pero ya había desaparecido. Entonces se dijeron el uno al
otro: «¿No sentíamos arder nuestro corazón cuando nos hablaba en el
camino y nos explicaba las Escrituras?» Los dos discípulos muestran estupor, Cleofás se levanta de la silla y
muestra en primer plano el codo doblado. La postura de espaldas funciona
asimismo como recurso para involucrar más directamente al espectador en
la escena. Lleva ropas rotas. Por su parte Santiago, vestido de
peregrino con la concha sobre el pecho, alarga los brazos con un gesto
que parece copiar simbólicamente la cruz, y une la zona de sombra con
aquélla en la que cae la luz. Este discípulo gesticula extendiendo los
brazos en un gesto que desafía la perspectiva, excediendo del marco de
referencia. El brazo de Cristo, lanzado por delante, pintado en escorzo,
da la impresión de profundidad espacial. El cuarto personaje, el
posadero contempla la escena interesado, pero sin consciencia, no capta
el significado del episodio al que está asistiendo. , ya que sólo los discípulos son capaces de reconocerlo por su gesto de bendecir los alimentos.